Milagros

Globos de Esperanza

Ahí vamos: ¡a la una, a las dos y a las tres! ¿Suéltenlos!-grité. Los Tres Hijos de Sue: Stephanie, Kristen y Billy, soltaron sus globos morados cubiertos con mensajes de amor.

Era una fría tarde de marzo. Lloviznaba mientras, en la entrada de la casa de Sue, conmemorábamos el segundo aniversario de su fallecimiento. El mal tiempo reflejaba cómo me sentía, pero aún así pude exhibir una sonrisa por el bien de los niños.  Sue, mi hermana gemela, de sólo cuatenta y un años de edad, había muerto en forma repentina, dejando atrás a sus hijos y a Bill su esposo.Globo morado

Apenas el día anterior, platicando con mi amiga Mary, mencioné que se acercaba el aniversario de Sue. Ella, quien conocío de primera mano el dolor de la pérdida al morir John, su hijo, a los diez años de edad, me dio una idea:

– El día del cumpleaños de John, le escribimos notas en unos globos y los soltamos.

Así que fui a la tienda y compré tres globos morados, el color favorito de Sue.

Ahí me tienen, entonces, viendo los globos abandonar manitas que hasta ese momento los habían sujetado con fuerza. Sin que nadie me viera, antes de que los soltáramos leí algunos mensajes, y me estrujaron el corazón. “Te extraño mami.” “A mi adorada esposa, con todo mi amor.” “Te queremos mucho tía Susy.” Y el mío, en el que usé su apodo: “ ¡Te extraño, Twinpop!”.

Llenos de expectación, contemplamos la trayectoria de los globos. Lo primero que hicieron fue bajar sobre la entrada. Hacía demasiado frío. Dándome cuenta de mi error, pensé que debí haber esperado un mejor día. Recé: “¡Ayúdanos Señor, por favor!”.

De pronto el viento se soltó. Yo contuve la respitación mientras los globos se elevaban poco a poco. Dos flotaron más allá de los árboles hast el cielo, pero el tercero se atoró entre dos ramas.

¡Ay!- exclamó Billy, el menor de Sue-. ¡Se va a reventar!

Bill, el esposo de Sue, y yo nos miramos. – ¡Vaya!- murmuró él.

Yo volví a rezar: “¡Por favor Señor, que no se reviente!”.

Los niños lanzaban gritos de entusiasmo al solitario globo morado. Éste empezó a salir muy despacio de su trampa, meneándose entre las ramas espinosas hasta abrirse paso a la libertad.

-¡Sube!, ¡Sube!, ¡Sube!,- gritaron los chicos.

Emitimos un suspiro colectivo cuando el globo avanzó finalmente por el contorno de los árboles sin reventarse, milagrosamente. Luego salió disparado hasta alcanzar a los otros dos y perderse de vista. “¡Gracias Señor”!, dije en voz baja. Miré a mi alrededor todas las sonrisas, y supe que en el cielo Sue sonreía también.

Una semana más tarde, mi hija menor, Caroline, se asomó por la ventana de su recámara y me avisó poco después: – ¡Hay un globo morado allá fuera, mami!, ¿Es el que le mandamos a mi tía Susy?-

Me asomé por la ventana de la cocina y ví que, en efecto, un globo morado rebotaba en el jardín. Salí por la puerta trasera para ver mejor. Al acercarme, el globo arrancó en dirección al patio de los vecinos mientras yo lo perseguía en pijama. Por fin lo atrapé. Parecía idéntico a los que le habíamos mandado a Sue, aunque sin los mensajes. Hmm. Qué concidencia… Lo metí a la casa. Caroline preguntó:

-¡Mi tía Susy te mandó ese globo, mami?-

-No dudo que haya sido ella, Caroline- contesté, sonriendo.

Esa misma primavera mi mamá se puso muy enferma. Tras una serie de miniderrames cerebrales, estaba débil y confundida, y ya no podía vivir sola. Pronto desarrolló demencia senil. Yo rezaba todos los días al tiempo que incluía su nombre en varias listas de espera de casas de reposo. Sabía que en alguno de estos lugares podrían cuidarla físicamente mejor que yo.

Los meses pasaron y mi mamá estaba cada vez peor. Una tarde particularmente frustrante me la pasé haciendo llamadas telefónicas a casas de reposo, agencias y familiares. Cuando una de esas llamadas terminó con un abrupto “no”, los ojos se me llenaron de lágrimas. Estaba exhausta. Entre la pérdida de mi hermana gemela y la preocupación por mi mamá, me hallaba emocional, física y espiritualmente agobiada. Me enjuagué las lágrimas, tomé mi abrigo y les dije a mis hijos: -Voy a dar una vuelta.-

Empezaba a nevar. Mientras caminaba, los copos de nieve se confundían con mis lágrimas. Me dirigí a mi hermana y le pedí a Dios: “¡Ayúdame Señor¡, Sue, ¿qué voy a hacer?”. Pensé en los dos últimos años y me pregunté cuánto más podría aguantar. ¿Dónde obtendría la fuerza para seguir?

Al dar la vuelta en la esquina, noté que la nieve y el viento cobraron fuerza; pero, también, que un globo morado subía y bajaba bajo la nieve en el jardín de unos vecinos. ¡No lo podía creer! Eso me subió mucho el ánimo. ¡Otra vez el globo morado!. Supe que me aguantaban días difíciles pero me alentó saber que no los enfrentaría sola.

La mañana de Navidad mi mamá tuvo un ataque y fue internada en el hospital. Diez días después se había estabilizado y estaban por darla de alta, aunque había perdido la vista en un ojo y ya no podía comer ni caminar sola. Además, estaba ofuscada casi todo el tiempo. Necesitaría atención las veinticuatro horas. El hospital le encontró un sitio provicional en una casa de reposo a veinticinco kilómetros de distancia. Pero una vez que ingresó ahí, me percaté gradualmente de que era un lugar terrible.

Una vez la encontré dormida con la cara sobre un plato aún lleno de provisiones. Solía hallarla despeinada, suicia y aislada. Al principio pensaba: “Tal vez hoy hubo poco personal, o a lo mejor, todavía están tratando de meterla a la rutina”. Pero pronto resultó claro que debía sacarla de ese sitio.

Sentía mucha culpa; no podía hacerme cargo de ella. Para entonces, ya ni siquiera podía levantala. Le pedí a Dios: “¡Encuéntrale otro lugar, por favor! Sue, vela por ella”, y luego empecé mi inútil búsqueda de una nueva casa de reposo.

El día de mi cumpleaños fui a ver a mi mamá. Recordé los momentos felices y celebraciones que ella y yo habíamos compartido con Sue en este día tan especial. Al llegar al estacionamiento, mis alegres recuerdos de cumpleaños se vieron empañados por mi preocupación por mi mamá.

Entré muy triste a su cuarto. Pero ahí, bajo su vieja cama de bastidor de metal, estaba un globo morado. ¡Me quedé helada!

¡De dónde sacaste ese globo morado, mamá? – le pregunté, sorprendida.

-No sé –contestó-. Alguien me lo dio esta mañana – sonrío.

Semanas más tarde, en el trabajo, mi jefa me preguntó: -¿Cómo está tu mamá?

-Mal –respondí-. Sigue en listas de espera en busca de una casa de reposo mejor.

Mi abuela vivió en Pembrooke muchos años. ¡Era un lugar espléndido! – intervino una colega.

Yo nunca había oído hablar de Pembrooke, pero llamé por teléfono. Milagrosamente tenían un lugar disponible.

Mi mamá sería trasladada en ambulancia. Yo esperaba estar ahí cuando ella llegara. Mientras subía por la carretera, iba muy nerviosa. “¿Es ése el lugar adecuado Señor?”. Estaba alerta para ver la nueva casa de reposo, pero fue fácil distinguirla.

Un globo morado estaba atado al poste en el extremo contrario del letrero de Pembrooke.

Milagro compartido por: Donna Teti

Libro: Caldo de Pollo para el Alma

Un Libro de Milagros

Autores: Jack Canfield, Mark Victor Hansen, LeAnn Thieman

Gabriela Zarzosa Quintero