Especiales
Mi Puchu
Hoy, como en tantas ocasiones, me acordé de mi Paloma Puchu. Ella me enseñó que esperar lo inesperado es parte de la vida cotidiana.
Llegó a casa cuando yo tenía 16 años. Para mi total molestia, mi hermana se la había ganado en una tradicional feria o kermesse, donde tristemente le habían cortado parte de sus plumas para que no volara.
Como mi hermana casi nunca estaba en casa, en menos de 24 horas, yo ya era su madre sustituta. Nunca vivió en una jaula. Se le dió toda la libertad para andar por toda la casa y explorarla, le ayudábamos a subir de poco en poco escalones y hacerla partícipe de todo lo que pasaba en la familia. Disfrutaba de las pláticas en la cocina y sala, siempre quería estar en donde estaba la gente.
Diariamente, al regresar del colegio y después de saludar a mi mamá, corría también con ella para llenarla de besos. ¡Ya llegó tu madre!, le decía. Siempre me esperaba en mi habitación llena de alegría, conocía perfecto mis pasos presurosos e inmediatamente estiraba su cuello para que le platicara todo lo que me había pasado en la escuela mientras bajábamos juntas a comer.
Ya por la tarde, mientras hacía mis tareas, la colocaba en mi hombro, lugar donde se sentía segura, amada y juguetona, pues disfrutaba siempre de hacer nidos con mi cabello.
Le fascinaba que le diera pan dulce por las tardes o cereal con leche… su favorito eran las Zucaritas™. Le gustaba jugar con las hojas de mis cuadernos y por la noche le encantaba dormir en la parte superior del librero de mi recámara donde lo contemplaba todo.
Nada me daba más alegría que ver como le estaban creciendo sus plumas. Muy pronto podría volar tan alto como sus sueños.
Había madrugadas que de la nada y en completa oscuridad, empezaba a volar por la habitación, lo que ocasionaba que se golpeara contra las paredes o muebles, tal vez ella también tenía pesadillas y recordaba los momentos traumáticos donde la tenían enjaulada o cuando le cortaron sus plumas. Así que cuando esto sucedía, yo, completamente espantada corría a prender la luz para que se orientara y dejara de golpearse, y una vez que se paraba, la tomaba, revisaba, abrazaba y la ponía en mi almohada mientras la llenaba de besos.
Era divertidísimo ver como disfrutaba de sus baños de agua y de las puestas de sol donde estiraba todo su cuerpecito.
Todo estaba listo para ser nuevamente dueña de su destino. Yo sabía que tarde o temprano volaría . Conforme pasaba el tiempo y le crecían sus alas, la colocábamos en la ventana para ver lo que hacía. Yo no la perdía de vista, ella también me miraba, se alejaba unos metros pero siempre regresaba.
Inesperadamente llegó a mi vida para llenarla de alegría, e inesperadamente un día voló tan lejos que no regresó jamás. Se dio valor justo cuando yo no estaba en casa, tal vez porque no estaba esa mirada llena de amor que la hacía siempre volver.
Recuerdo correr por todo Chiluca buscándola entre todos los árboles , matorrales, terrazas y casas. Nunca había tocado tantos timbres ni pedir apoyo a todos mis vecinos. Ya completamente de noche y después de correr y llorar 10 horas sin parar, todo el fraccionamiento era cómplice de un gran grito que estallaba de mi corazón: ¡¡¡Puchuuuuuuuu!!!.
Rota, y rezando al cielo, mi corazón sólo esperaba que hubiera encontrado otras amigas palomas que la cobijaran y le enseñaran cómo encontrar alimento y agua.
Nunca había llorado tanto, dos semanas después perdí la esperanza de volverla a ver.
Mi amada Puchu, mensajera de tantas historias compartidas durante esos maravillosos 380 días que compartimos tanto amor. Para los demás eras sólo una paloma, pero para mi eras una hijita, mi pequeña gran consentida. ¿A caso subiste al cielo para contarle a Dios todos mis sueños?
Hoy, inesperadamente pensé en ti, inesperadamente lloré con la misma intensidad de esos tiempos extrañando tu compañía, tus plumas y todos los picoretes que llegaron a lo más profundo de mi corazón.
Algún día nos veremos nuevamente al otro lado del arcoíris.
Gracias por tanto amor.
Eres por siempre amada y así es.
Autor: Gabriela Zarzosa Quintero.
Con sólo 16
Enero del 2015. 
Se encontraba arreglando todas sus pertenencias, sabía que el tiempo llegaría pronto y quería aprovechar las fuerzas físicas que aún le quedaban para poner en orden todos sus papeles, recuerdos y sentimientos. No quería que nadie husmeara sus tesoros más valiosos e íntimos ahora que ella partiera. Abrió una caja donde guardaba una carta de él y un ticket del Museo del Louvre de París dentro de una carpeta Trapper Keeper. Mientras la leía, no pudo contener las lágrimas y antes de quemarla, cerró los ojos y volvió nuevamente a ese tiempo.
Febrero de 1988
Con sólo 16 años, y cursando el segundo año de preparatoria, presuroso estaba por entrar a la clase de Química, pero sobretodo, por verla nuevamente, así que corrió al salón de clases de ella para fundirse en esa mirada mientras sin haber cruzado nunca antes una sola palabra, le pedía su bata de laboratorio. No hubo necesidad de negar lo que ella también sintió cuando sus miradas se encontraron frente a frente.
Ella sabía que a pesar de ser tan joven, este amor venía de otro tiempo, de una lejana promesa sin olvido y estaban aquí para completar lo que en otro tiempo no sucedió.
Esa noche, ella no pudo dormir, así que salió a la terraza para contemplar el mensaje de las estrellas, sabía que cuando encuentras nuevamente a un amor de tantas vidas, donde sus almas son parte la una de la otra; existe el desafío de no soltarse jamás una vez que se encuentran y cumplir la promesa de ese amor; o de alejarse bruscamente al sentirse abrumado por un amor tan fuerte que trae consigo memorias de tantas vidas; y aunque para el alma el encuentro sucede en el momento perfecto, justo cuando las estrellas y los corazones se alinean, puede suceder a muy corta edad como era su caso de ellos; puede ser cuando uno o alguno de los dos haya incluso formado una familia, o puede presentarse en el ocaso de la vida de alguno de los dos.
Después de tanto tiempo, esas almas se habían finalmente alineado. Todo estaba puesto para este amor, así que mirando al cielo… dio las gracias.
Días después, terminando las clases, y añorando estar completamente solos, la acompañó a la entrada del colegio mientras atento cargaba su Trapper Keeper y mochila esperando pasar unos minutos con ella en lo que su familia pasaba por ella. No vieron el coche, así que se sentaron a platicar en las escaleras de un pequeño local. Los rayos del sol iluminaban los bellos y brillantes ojos de ella y enmarcaban los enigmáticos ojos claros de él. Un instante después, sus manos se rozaron generando una lluvia de electricidad en su interior. El se acercó a ella, la miró fijamente y sin necesidad de hablar, le preguntó en esa mirada ¿Me amas? -Te amo desde el principio de los tiempos- contestó ella. Todo alrededor había desaparecido hasta que ese instante se vio interrumpido por el sonido del claxon que anunciaba que habían llegado por ella. Se despidieron y mientras la veía subir al automóvil, él trataba de entender sus emociones, pues aunque estallaba de felicidad, de pronto, un inexplicable sentimiento opacó su ser. Nunca se había sentido así.
Al día siguiente y sin saber por qué, él había decidido simplemente no hablarle más, e incluso portarse completamente indiferente y lejano, cerrando toda oportunidad para que ella pudiera hablar con él y tratar de saber qué había pasado.
Concluyeron la preparatoria y simplemente, no se hablaron más, hasta que una tarde de ese verano previo a la Universidad, él tocó el timbre de su casa; su hermano abrió la puerta y le explicó que ella no se encontraba, pero lo dejó pasar y empezaron a platicar durante poco más de una hora. Le contó que había ido con sus papás a recoger unos papeles de visado porque al día siguiente se iría durante un año a trabajar dentro de un crucero, donde con esos ahorros más el apoyo de sus padres, podría hacer unos estudios de Historia del Arte que tanto había anhelado en Italia previo al inicio de su carrera universitaria.
Completamente triste, pero sabiendo que tal vez no la encontraría, había preparado una carta la cuál le pidió al hermano que se la entregara y se marchó.
No dejó de llorar ella mientras leía la carta una y otra vez. Él, completamente honesto, le explicaba que no había un solo día que no pensara en ella ni que la tuviera presente en su corazón. Le pedía perdón y una oportunidad para rescatar lo que tal vez estaba perdido; pero era evidente, que las estrellas ya no estaban alineadas y que los caminos se empezaban a separar.
Durante todo ese año, ella siempre durmió con esa carta bajo su almohada y no hubo un día en que no pensara en él. Mientras él, por su parte, perdió la esperanza de volver a verla al no tener noticias de ella. Una parte de él sentía que tal vez ella no regresaría.
Ella estuvo 6 meses más de lo esperado con la finalidad de terminar unos cursos, así que con la llegada de la Navidad regresó a casa, pero inmediatamente supo a través de unos amigos en común, que él ya tenía novia y al parecer estaba enamorado. Así que decidió no buscarlo más.
Completamente triste, cambió sus planes, así que decidió estudiar en México un par de semestres y conseguir una beca para terminar sus estudios en Historia del Arte nuevamente en Italia. Florencia era ya como su segundo hogar, así que sentía que era lo mejor para su carrera y corazón.
Tres años después, él terminó su carrera con mención honorífica y ganó un lugar para participar en un Simposium que se llevaría a cabo en París durante el verano. En ese tiempo, ella se encontraba de vacaciones escolares entre un semestre y otro, así que había aprovechado ese tiempo para buscar trabajo en el área de visitas guiadas en el Museo del Louvre de París.
Y así, el 24 de Junio de 1994 frente a la Venus de Milo, sus ojos se encontraron frente a frente en el Museo, y sin palabras, se abrazaro
n y besaron mientras ríos de electricidad recorrían sus cuerpos, disfrutando del mejor fin de semana de sus vidas en donde unieron sus almas y cuerpos en un mismo palpitar.
Él se quedó todo ese verano con ella, las estrellas se habían alineado nuevamente y estaba decidido a no perderla nuevamente. Así que acordaron vivir un tiempo en Florencia mientras ella terminaba sus estudios, tiempo en el que decidirían si volverían de nuevo a casa o emprenderían un nuevo camino juntos en Europa, pero antes, él regresaría unos días a México para traer algunas de sus pertenencias y tramitar los documentos necesarios prometiéndole estar nuevamente juntos para la fecha de su cumpleaños, pero él… nunca regresó. La mañana del 7 de septiembre mientras corría sus habituales 10 kilómetros le dio un infarto fulminante.
31 de Agosto 2015.
No había nada que hacer, el cáncer había invadido los huesos, los medicamentos eran muy fuertes, era la única manera de soportar tanto dolor, así que ya en casa, ella comprendió que la promesa de amor se había cumplido, las estrellas no se habían equivocado, se conocieron en el momento perfecto para ser el primer amor y aunque en ese momento no se dio, si fue el último amor para los dos, sucedió en el ocaso de vida de él y de una u otra manera, en el de ella también. Pocos días después y también en un 7 de septiembre, ella expiró su último aliento abrazada en el calor de las alas de su amor eterno.
Autor: Gabriela Zarzosa Quintero