Especiales
«El amor de los que fueron, son y serán»
El amor me tomó sorpresa esa dulce madrugada de junio. Desde la ciudad de México tomaba un vuelo con destino a Europa en el que tuve la fortuna de entrar a la cabina de mando primeramente al despegar y posteriormente pasada la media noche cuando todos en el avión descansaban y otros todavía platicaban en voz baja.
El piloto al ver mi gran entusiasmo en el despegue, me dijo que si más tarde quería regresar con toda confianza lo hiciera, así que le tomé la palabra y por la madrugada entré nuevamente a la cabina sin saber que ese momento cambiaría mi vida.
El cielo era completamente negro y a la vez resplandeciente por las miles de estrellas que palpitaban e iluminaban lo más profundo de mi corazón.
Fue indescriptible lo que sentí, pero fue lo más cercano al amor más puro e incondicional. Esas estrellas me llenaron de ráfagas y ráfagas de amor en el momento menos pensado de mi vida. Sentí el mismo amor ilimitado que vive un alma cuando regresa a la eternidad y todo el universo le da la bienvenida entre cantos, aplausos, felicitaciones, amor y velas de pastel celestial. Yo era ellas y ellas eran yo. No había diferencia. Todo era amor, absolutamente todo. Nos podíamos comunicar instantáneamente y sabía que eran mi familia, es más, tenía un certeza absoluta que ahí estaba mi familia saludándome, los que fueron, son y serán. Fue reencontrarme con amigos de no sé cuántas vidas, pero todos nos amábamos y honrábamos. Sentí a familiares de amigos y sin duda alguna también supe que una parte mía estaba ahí, aún latía en ese brillo el amor que viví y compartí en tantas vidas pasadas, trozos estelares de mi existencia eterna, y lo más asombroso… eran también trozos de mi existencia en el futuro, todas juntas que se acercaban para decirme… “Eres por siempre amada… Eres el triunfo del amor”.
Estaba completamente abrumada. Era tanto el amor que vibraba en mi ser, que mis ojos no paraban de expresar con lágrimas la gran felicidad que habitaba en mi.
La luna fue testigo de este gran encuentro, me mostró su gran belleza, era inmensamente grande, serena, amorosa y resplandeciente. Su magnificencia se reflejaba por completo sobre el Océano Atlántico.
De pronto, le dije al Piloto y al co-piloto: Ahora entiendo por qué les gusta tanto este trabajo, prácticamente tienen sus oficinas en el cielo. Reímos todos.
Era indudable que aunque estuvieran acostumbrados a esa belleza tan sublime, también se sentían completamente eclipsados por ese momento. El piloto me contó que el collar en forma de cruz que traía puesto, contenía cenizas de su hijo que había fallecido tiempo atrás. Después de un pequeño silencio le dije: “No sólo está cerca de tu corazón. Una parte de él habita en ti y la otra está en toda esta inmensidad. Siempre te amará y siempre le amarás. Más allá de esta vida y de todas las que fueron y serán”.
Yo sabía en mi interior, que cada vez que él se encontraba en en cielo, tan cerca de esas estrellas, se sentía más cerca de su bendito hijo.
Su mirada era triste, la de un padre que ha perdido a un hijo. Hablé un poco más, eran palabras que sólo podía comprender él. De pronto me miró fijamente, era como si tratara de descubrir quién le hablaba en ese momento. Yo estaba en trance total y embriagada de amor; y sin dudarlo, supo perfectamente que eran palabras que venían directamente de su amado hijo.
Finalmente se quedó con una paz que no puedo describir y todos en silencio nos quedamos mirando al cielo un rato más para dejarnos abrazar por ese infinito amor.
Ese día, el amor me tomó por sorpresa.
Y así es.
Autor: Gabriela Zarzosa Quintero
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