Especiales
«He comprendido»
He comprendido que la vida es una continua enseñanza al desapego. A los 13 años solté esos patines que me acompañaron a tantas vivencias en las que conocí grandes amigos que también tuve que soltar cuando nos cambiamos de casa.
Cuántas vueltas dimos a la misma cuadra, carcajadas, emociones, helados flotantes, y esas deliciosas paletas heladas que disfrutábamos cuando teníamos unos pesos.
Jamás nos volvimos a ver; pero tengo muy claro que cumplimos nuestra misión… disfrutar del aquí y ahora. Todo tiene un tiempo, un ciclo, un recuerdo, una experiencia.
Solté y también me soltaron; a veces con miedo, con dolor, otras veces llena de esperanza. Y fue el agradecimiento por el instante presente, lo que me permitió desvanecer el estigma del dolor para “aprender“ a soltar e igualmente para “aceptar” cuando me soltaran; pues aunque el amor
es eterno y no tiene cadenas; toda vivencia tiene un tiempo que puede ser visto con miedo o con esperanza.
Así que no medí la vida por lo que me dio o me quitó; lo que gané o perdí; pues cuando se “vive” y se “ama” siempre se gana.
Agradecí por esos instantes que me han quitado el aliento, y también porque esas dolorosas tormentas tuvieron solo un tiempo.
Sabía que para poder recibir la primavera, tenía que desprenderme de ese invierno; era la única manera de escribir el siguiente renglón de mi eterno camino.
Recuperé mis patines y todas sus sabias enseñanzas.
Hoy agradezco a todos los viajeros eternos que me han acompañado por un instante corto o largo en mi suculento y ya bendito camino.
Hoy te honro, me honro y agradezco que una parte de mí, sucedió y vibró a partir de ti.
Autor: Gabriela Zarzosa Quintero
En el vientre de mamá
Ya te amaba profundamente desde el cielo; miraba tu apresurada rutina y disfrutaba de
tu tierna risa. Todo el tiempo pensaba en ti y en papá. Me encantaba cuando tomabas esos baños en tina y pensabas también en mi antes de mi llegada, era un momento sublime, un instante de amor eterno, de unir tu alma y la mía en un suspiro, en un sentimiento de amor, un momento de comunión total.
Finalmente llegué a tu bendito útero. Había esperado tanto para tener este encuentro de amor, y aunque mi pequeño cuerpo apenas era un embrión y mis células danzaban y se multiplicaban en un bello baile de amor; mi alma ya estaba ahí en su complitud, en ti y a través de ti. Ahora tu risa, era la suma de la tuya y la mía ; me encantaba cuando preparábamos juntos esos panqués de nata que tanto disfrutábamos, y mis favoritos… los helados de limón, pero sobretodo me fascinaba estar completamente extasiado de amor. Cuanto amor puede contener este espacio divino de tu ser. Dios mismo me dijo que era una extensión del paraíso y efectivamente, así lo fue.
Diariamente agradecía a ti y a papá por permitirme estar aquí. En mi vida pasada, no pude disfrutar del calor maternal y paternal que todo niño merece por derecho divino, tuve que madurar a tan corta edad, que nunca supe lo que era que te hablaran con ternura, que te leyeran un cuento, que te abrazaran hasta dormir en profunda paz; así que una vez que regresé a los brazos de Dios y me embriagué de su exquisito amor, en una plática le dije que quería regresar para experimentar ese amor, no importando si era por un tiempo corto o largo, pues sabía perfectamente que el amor vive en el tiempo eterno.
Así que un día en el cielo conociste mi historia, y con tanto amor en tu corazón para compartir, aceptaste darme ese amor y cobijo en nuestra siguiente encarnación. Aceptaste ayudarme a sanar esa tristeza y a permitirme experimentar el tierno amor entre un hijo y una madre.
Pacientemente y lleno de emoción, vi desde el cielo el curso de tu vida y la de papá, estuve al lado de cupido cuando se conocieron y contaba los días para llegar a fundirme en tu ser.
Ya en ti, mi alma vibraba al unísono de tu corazón. Cada día me abrazabas en tu ser, me contabas cuentos y ponías bella música en tu vientre para que escuchara tu música favorita, que por supuesto se convirtió en mi música favorita. Me llené de los besos de papá a través de tu vientre. Dormías mucho tiempo, sólo tu y yo sabemos que era porque en ese tiempo yo te llevaba al cielo para disfrutar de sus columpios y jardines. Realmente conocí el verdadero amor que puede dar una madre.
Mi alma ya había experimentado de una manera sublime el cielo aquí en tu vientre. Quería contarle prontamente a Dios lo increíble de este viaje, todo este amor y lo mucho que compartimos. Nunca existirán palabras para agradecerte por tanto amor. La misión se cumplió. Cuanto amor se gestó en esas 12 semanas que estuvimos abrazados. Gracias por cumplir tu palabra.
No quiero que llores. Recuerda que el amor vive en el tiempo eterno, y este instante en mi alma bastó para sanar y conocer el verdadero amor que un bebé puede recibir de una madre y de un padre. Eres vientre bendito, vientre de Dios, un paraíso de amor en la tierra. Engrandeciste mi alma, espero yo haber engrandecido la tuya.
He llegado nuevamente al cielo, a todos les he contado una y mil veces todo lo que vivimos lleno de profundo agradecimiento y amor. Seguiré velando cada uno de tus pasos y nos fundiremos en amor cada vez que pienses en mi. Y juntos en el cielo, volveremos a comer esos helados de limón. Gracias infinitas por tanto amor. Por favor no llores, piensa en lo feliz que fuimos, que volveremos a ser y en lo feliz que serás. Pronto llegará mi hermanita a tu bello vientre, ya le he contado todo lo que te gusta y amas. Dile a papá que lo amo tanto como a ti.
Te amé antes, Te amo hoy y volveré a amarte. El tiempo del amor siempre vuelve.
Autor: Gabriela Zarzosa Quintero