Especiales
Día de Pinta
Ahí estaba, tomada de la mano de mi mamá a la corta edad de 4 años, parecía el día más feliz de mi vida; era martes, el día de descanso de mi mamá en el hospital. Para mi suerte, no me llevó a la guardería, así que fue día de pinta de las mejores amigas. 
Completamente hermosas, caminamos con destino a la parada de camión; prontamente mi mamá compró nuestros dos boletos y nos sentamos. Tiernamente sacó unos chiclets Canel´s de su bolsa para disfrutar durante el camino. Su preferido era el de canela.
Atenta observaba las calles, la gente que subía y bajaba, pero nada más me importaba en ese momento que mi mano estuviera completamente abrazada de su mano, su exquisito aroma quedaba fundido en la piel de mi pequeña mano pero sobre todo en mi alma.
Ese día, no había hermanos, no había rutina, solo éramos ella y yo. Nos bajamos del camión justo cuando llegamos el Centro, donde caminamos por Isabel La Católica rumbo al lugar donde se pagaba mes con mes la mensualidad del condominio. Era un bello edificio, lleno de mármol y grandes escritorios de madera, sentada en un sillón negro mis ojos no dejaron de ver esa bombonera de cristal cortado que estaba llena de pequeños dulces, le pedí permiso para tomar uno y me dijo que sí. Sentada, la observé mientras pagaba y escuchaba el sonar del inmenso reloj que marcaba la hora en punto.
Salimos tomadas de la mano y mientras caminábamos por una calle vi un local que ocupaba parte de la banqueta que estaba repleto de juguetes, cosméticos y otras chucherías. Mi vista se centró en una pequeña bolsa de plástico color azul cielo y sin decir una sola palabra, mi mamá me dijo: -¿La quieres?-, mis ojos se hicieron grandes como faros de nieve y prontamente le dije llena de alegría sí. Entonces mi mami pagó 5 pesos por mi primer bolsa. Prontamente la puse en mi muñeca, le metí mi dulce y los boletos del camión. Me sentía grande y pensaba que lo siguiente que le metería sería un lápiz labial de mi mamá, alguno que ya no usara y me regalara.
Tomamos después un licuado, ella uno de mamey y yo uno de fresa. La cita realmente era perfecta y disfrutábamos nuestro día como las mejores amigas. Hablando sin hablar, aunque generalmente a mi no me paraba la boca.
Ese fue el primer momento de mi vida, donde supe lo que era sentirse completamente pleno a pesar de ser tan pequeñita. Disfruté al máximo el aquí y el ahora. Lo celebro como uno de los mejores días de mi vida, tal vez porque sentí fuertemente que nuestro amor era eterno cuando mi mano se fundía en su mano, tal vez porque a su lado, todo lo demás desaparecía, almas inseparables de muchas vidas atrás, ella lo sabía todo de mi y yo todo de ella. Reina y Princesa. Madre e Hija.
Afortunadamente, como este hermoso día, tuvimos la dicha de vivir muchos y muchos más, celebrando la vida, celebrando el amor.
Aquí estoy, 40 años después, donde hace unos días caminando nuevamente por el Centro, me reía en silencio porque justamente caminaba por la calle de Isabel la Católica mientras recordaba este hermoso momento, le dije, Bellecita, gracias por tanto, te amo siempre y de pronto miré a la derecha y ahí estaban… los chiclets Canel´s que tanto le gustaban.
Te amé antes, te amo hoy y volveré a amarte. El tiempo del amor siempre vuelve.
Autor: Gabriela Zarzosa Quintero