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«Viejo, mi querido viejo»
Mientras emocionada compraba los ingredientes para un nuevo platillo; de pronto me acordé mucho de ese momento cuando mi papá tenía mucha ilusión de preparar por primera vez unos tamalitos. Una versión de tamales realmente pequeños que además de todo… se fríen (nada dietéticos jajajajaja).
Recuerdo perfectamente su rostro lleno de alegría, comprando todo en grandes cantidades. Se volvía realmente exagerado siempre que se trataba de alimentos aunque tuviéramos que comer lo mismo durante un mes. Ese día no pretendía hacer unos cuantos tamalitos para los 6 de la casa, -haré 1000 tamalitos- dijo, no tenía muy claro yo, si era broma o era en serio, pero todos ayudamos, aunque él hizo el mayor trabajo que era amasar con una pala de madera, quedándole la mano llena de ampollas y callos.
Yo tenía 13 años, y todo el comedor de la casa y pequeña cocina eran hojas de maíz, manteca, guisos para los rellenos, pasas, mermeladas y una vaporera gigante. En toda la casa se respiraba un agradable calor de hogar, risas, cansancio y pequeñas discusiones por los ingredientes jajajajaja.
Finalmente , fue una prueba no superada, pues no quedaron esponjosos ni se habían cocido, pero ese momento quedó grabado profundamente en mi corazón pues me recordó mucho a la vida misma.
Mi padre siempre me impulsó a intentarlo todo, con receta o sin receta, a no tener miedo por nada, y a no preocuparme si algún proyecto fracasaba pues siempre se podría intentarlo de nuevo o probar un nuevo camino.
Sus consejos han sido pilar de mis sueños personales y profesionales. He tenido muchos proyectos y platillos de cocina que simplemente no cuajaron, pero siempre es el momento perfecto mientras el corazón lata, de volver a empezar.
Viejo, mi querido viejo, aquí estoy pensando en ti. Amándote, honrándote. Y así es.
Gracias por tanto. Gracias por existir.
Autor: Gabriela Zarzosa Quintero
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